“Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida”
(Baruch Spinoza, Ética)
En los confines del Universo, el mundo gira y en la lejanía, la gente suele caminar, los autos pasar. Historias murmullan alrededor. Luces encendidas, soledades compartidas. Semáforos que detienen el cosmos por sólo segundos. Cigarrillos que se consumen, bocinas, nidos, experiencias que perturban los cuerpos. Soledades abandonadas. La inocencia de los niños que al llorar llena de esperanza al niño por venir. La vida…
Miedo, angustia, alegría, impotencia e incertidumbre, ansias de eternidad y deseos de partir, juntos se refugian en la inmensidad de la existencia, del Ser, del Universo…
Quizás la vida, quizás la finitud de la vida sean el motor del cuerpo organizado de la sociedad. Seres para la muerte, vivir o sobrevivir… vivir ardiendo en preguntas, sabiendo que es pura contingencia, indeterminación absoluta, proyecto siempre inconcluso y constantemente decidible.
Seres que se saben finitos pero que a pesar de ello, “