marzo 19, 2010

Origami


El sol salía tras el umbral de la ciudad, las sábanas no los dejaron levantar.

El último tabaco estaba consumiéndose, compartiéndose entre labios teñidos de sudor y sueño.

Tras matar el cigarrillo el se despide, cierra la puerta sabiendo que regresará.

Allí en ese montón de colchas, agazapada quedó ella, decidiendo dedicar el día a desandar...

Y pensó: “Dentro de un cubículo de arena inacabado, un conjunto de instantes imperceptibles te arrastraron al desierto que devino inmensidad”

Recordó aquella figura que desgarró los papeles de la antigua niña dormida, mientras soñaba sabor a canción de hadas.

Fotografió el instante en que ingresó a su cuarto y revolvió sus juguetes y entre ellos su inocencia dibujada en la pared.

Añoró al conde de la mentira que siempre entraba saltando el balcón.

Perpetuó los sueños que la mantenían ausente, mientras él cambiaba todo de lugar.

Allí es donde debió elegir, sin palas ni baldes, eso vendría después. Se levantaron túneles que le darían la opción a seguir, y decidió andar...

Y así, casi al compás del tiempo moldeó castillos, con moldes y aguas -una y otra vez- en relojes de arena.

Dado vuelta el reloj, los túneles cayeron, con ellos se llevaron los deseos que cumplieron alguna vez.

Detrás, arrinconada: su ventana escondida atesora sin nostalgia aquel galán de servilleta que practicó Origami con su corazón.